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Rose Brancoli

Tata del Surf

La aplicación me llevó a conocer a Matt, gringo que llevaba un año en Chile, de mentalidad abierta, un gusto. Lo pasamos muy bien en nuestro café. Hasta que me confesó, que aunque me encontraba muy simpática y linda, yo no era lo que él estaba buscando. Pero, sin cerrar la puerta, me dijo que tenía un amigo que me quería presentar, porque creía que nos llevaríamos bien. Me sorprendió su franqueza, pero me gustó tener reemplazo, así que accedí. Y así conocí al negro.

Ingeniero Hidráulico de la Universidad de Chile, de esos bien cabezones y ex-pernos, cinco años menor y trabajaba en una reconocida empresa de energía. Fue lo primero que informó, su curriculum vitae de éxito lo antecedía. Yo mas solapada, le conté que trabajaba para el gobierno y que llevaba clavada ahí 10 años, haciendo gala silente de mi súper estabilidad laboral.

Él hacía surf todos los fines de semana en Matanzas. Era el típico hombre que decide pasado los 40 comenzar la aventura y desafío de domar la ola. Como si ese acto le abriera la puerta para conquistar la naturaleza y con ello el mundo. Era uno de esos tatitas del surf.

Después de varios chat, por fin salimos a comer. Me llevó al Barrio Italia. Llegamos a un restorant ambientado tipo chiringuito y medio hippie chic, tipo playero, la misma onda que lo rodeaba a él.

De repente, nos miramos a los ojos y sentí que se me grabó él en la piel. La energía nos envolvió, sus ojos brillaban, muy apasionado, cuando hablaba sus manos se movían energéticamente y siempre terminaban apuntado hacia mí. Sentí esa confianza base, me senté en mí misma sin pudores y conversé sin filtro, como si lo conociera de toda la vida.

Luego sus experiencias se fueron cruzando con las mías, siempre llegábamos a algún punto en común en la conversación. Sentí que nuestros caminos se estaban encontrando, demasiadas coincidencias del azar. Me despertó una sensación de conjunción ancestral, cósmica y caí en cuenta que mi hombre perfecto estaba frente a mí.

Terminó la noche, me tomó de la mano y me invitó a la playa al otro día. Sentí que había llegado la ola que tanto había estado esperando. Una locura, pero con cabeza.

Acepté la invitación de un hombre que había visto una vez, porque sentí una certeza profunda que me dijo que estaba todo bien. Él era encantador, preocupado de todos los detalles, seguro de su decisión de ir conmigo.

Y así, esa misma noche al llegar a mi casa, abandoné mis prejuicios, mis responsabilidades, hice el bolso, mandé mail avisando al trabajo que no iba. Sentía que esta era una oportunidad que me daba la vida. Me desconocí, no estaba nerviosa con esta loca invitación, superé mis mañas por compartir intimidad, ni pensé que no me podía gustar su olor, o que podía necesitar despegarme un poco de él.

Llegamos de noche, y nos encerrados en una acogedora cabaña de madera, él prendió la bosca. Sabía hacerlo, es parte del alma surfista saber vivir con fuego.


Me metí al baño para chequear que estuviera todo donde debía, ordené mis cejas, me pinté los labios y me saqué el sostén. Desabroché estratégicamente un botón mas de mi blusa de jeans.

Cuando salí, el aperitivo estaba listo, obvio, no faltaba más, él era máximo y además eficiente. La mesa tenía dos bancas, me senté enfrentándolo. Me sirvió vino y así fueron pasando las copas. Él se pegó en mi escote, que me preocupé estuviera siempre abierto.

La temperatura subía y comenzó a evaporar nuestros cuerpos. De un tirón se sacó la polera, para quedar en jeans y presentarme su torso desnudo. Músculos que estaban dibujados, relieves que se marcaron en cada movimiento. Se sentó y vi cómo la piel de los brazos se le erizaba. Quise tocarlos, sentir ese contorno de hombre fuerte, pero cambié la movida.

Me paré y sin soltarle mi mirada, tomé mis pantalones con las manos y mientras los bajaba moví lentamente mi cadera haciendo vaivén. Me senté enfrentándolo y abrí mis piernas hacia los lados, apoyé mis codos en la mesa, me incliné hacia él. Mi sexo crudo se apoyó en la banca, y casi como un acto reflejo, me balanceé para adelante y atrás, sintiendo el roce. Quise que estuviera adentro de mi, sentirle la piel, ya estaba lista para recibirlo, mi propia humedad me lo dijo.

Se sentó cerca, pegado. Lento, me desabrochó la blusa, botón por botón hasta que quedé expuesta. Sentí su respiración como un torrente rozarme, caliente. Me erguí para que me contemplara completa, al tiempo que lo hicieron mis pezones y sentí como una gota de exitación caía por mi muslo.


Vertí un poco de vino tinto en mi clavícula y lo dejé caer hasta que se posó en mi sexo. Él hizo el mismo recorrido con su mano. Sentí como mis pechos se pusieron turgentes, despiertos. Tomó mi mano y la puso entre sus piernas, para que yo supiera que él estaba igual de exitado que yo. Al oido me invitó a la cama.


Me ofreció su mano, como todo un príncipe, la tomé y lo seguí. Me recosté en la cama boca arriba y prendí la luz para asegurarme que él me viese bien. Me apoyé en mis antebrazos, abrí mis piernas para que descubriera mi sexo. De puro ver cómo me miró en silencio sentí nacer la humedad de nuevo. Me corrieron unas gotas, que él esparció sobre mis muslos y lamió suavemente.


Se puso encima, rozando su pecho contra mí, con su pierna abrió las mías, se acomodó y entró de lleno en mi cuerpo. Comenzó a acercarse y alejarse, cada vez más seguido. Sentí mis pechos repetir el movimiento. Sin cerrar los ojos y mirándome fijamente comenzó a jadear en mi boca, cada vez más rápido, hasta que de un solo sonido soltó su máxima expresión.


Seguimos saliendo, no terminó la historia en la playa. El, muy caballero, sensible al toque de una mujer, era perfecto. A las tres semanas, me pasó a buscar en su camioneta y me llevó a su casa, para mi sorpresa estaban sus papás. Luego me presentó a sus hijos y a sus amigos. Yo, no tan inspirada y por la inercia hice lo mismo, presenté familia y amigos. Sentí que había llegado mi príncipe azul y quería compartirlo. Todo iba un poco rápido y era intenso, vertiginoso, pero en el camino recolecté certezas y mientras más tiempo pasaba, mas me soltaba con él, dejando atrás mis aprensiones de que esto podía ser una gran locura.


Con el tiempo y al poco andar las pocas dudas de desconfianza que me quedaban sobre quién era él desaparecieron y me entregué a la relación, sin piel. Fue al mismo tiempo que solté mis aprensiones, que algo cambió. El ya no tenía el mismo interés en mí, dejó de ser tan atento, galán, desaparecía del chat y sutilmente cuando nos veíamos casi no me miraba a los ojos. La dinámica social seguía igual, en la estructura, pero no en el fondo.


Hasta que apareció un día cualquiera en mi casa y terminó conmigo. De cuajo, de raíz, me fracturó. El príncipe azul se cayó del caballo. Fue desgarrador, me deprimí un mes completo, con licencia en el trabajo incluida. Se me desarmó el nidito donde me había acomodado tan rápido. Mas encima tuve que dar múltiples explicaciones a todos los que lo había presentado.


Con el tiempo entendí que él era el típico tipo de hombre que estaba enamorado de la conquista, que eso era lo que lo motivaba en la vida en general, por eso su curriculum de éxito, su interés por domar la ola a los 40, y quien sabe que otras conquistas más. Son encantadores, por qué no decirlo, de serpientes.

Mientras yo estaba indecisa soltándome con él, él hacia todo el desplante por llegar a mi. Pero cuando ya me había entregado a él por completo, cuando proyecté la relación, perdió el interés, terminó conmigo y probablemente ahora debe estar buscando otra mujer. Enamorado de la conquista, tal cual. Ojo con ellos, hay miles, y no hay que olvidar que si fácil viene, fácil se va.

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