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Rose Brancoli

Siempre puede ser peor

Sabía que no había apuro, pero igual veía la hora. Sería verdad esto que las mujeres llegan siempre 15 minutos tarde a las citas?. No importaba. No sabía cómo la iba a reconocer, tenía mis dudas. Las fotos a veces mienten, y no sabía qué tan mentirosa era ella. Pero bueno, mejor no tener expectativas, página en blanco.

No pedí nada antes de que llegara para no parecer mal educado, aunque moría por un vodka tónica. Cada vez que entraba alguna chica, miraba. Vendría, o me dejaría plantado?. Llevábamos dos semanas intensas de chat, sería muy mala onda si no llega y no me parecía que ella fuese así.

La ví, era la de la foto, pero su dimensión era mejor en real. Me buscó, me miró sonriente, se acercó y se sentó. Coquetamente se sacó la mascarilla y me dejó ver sus labios, carnosos, húmedos, pura piel. Rompió el silencio con un “¿cómo estás?”.

No le dije nada por el atraso y atiné a ofrecerle algo para tomar. Ella pidió champaña, yo me quedé con una cerveza.

Tenía los ojos pintados negros, como si fuera el único gesto de coquetería en estos tiempos, todo lo que la mascarilla deja ver. Me contó de su vida, que hacía trekking cuando podía y que estaba en un taller de literatura, que le encantaba escribir. No pude más que decirle que era deportista de bajo rendimiento y que jugaba pichanga una vez a la semana con mis compañeros de colegio. Ví mi abdomen y me confirmé, podía hacer bastante más por mi.

Ella me cohibe, me gusta, lo sabe y me coquetea. De repente sentí su empeine topar con mi pierna. Lo dejé pasar ya que pensé que no era intencional, pero al rato pasó de nuevo. Debajo de la mesa había otra conversación, una paralela, que se alimentaba de miradas y respiraciones. La miré a los ojos justo cuando lo estaba haciendo, para medir qué tanta complicidad había, y la encontré ahí, tan concentrada como yo. Pedimos una copa más y me caí al vodka, es inevitable, ese es mi standart.

Para no caer en borracheras irrecuperables, pedimos algo para picar. Dejé que ella eligiera, lo que quisiera mi reina. Nos trajeron una tabla parrillera, llena de mollejas, malaya, lomo y prietas. Una delicia para mí, pero ella solo comió prietas, lo justo y necesario para no curarse, pensé. Yo por mi parte no iba a dejar todos esos manjares ahí y me dediqué a la tabla.

De repente me puse ansioso, no habíamos terminado de comer cuando le dije que saliéramos de ahí, que fuéramos a otro lado, otro bar. Se me abrió el mundo de expectativas con ella y me llegó una bofetada de energía. Ella asintió con la cabeza y vi su mirada efervescente hacia la vida. No hay nada más estimulante que salir sin destino, solo a buscar vida en la calle, a ver qué nos encontrábamos por ahí.

Terminamos en un bar, esta vez bien de mala muerte, pero muy ondero, inserto en un barrio bohemio. El suelo estaba tapizado de servilletas. Nos acomodamos en los únicos dos espacios que habían en la barra, apretados. Para mi sorpresa ella se decidió por un whisky, y otro y otro. A esas alturas, preferí diluir el vodka con agua porque vi cómo la noche se ponía más oscura.

Al rato se le empezaron a juntar las palabras y a abrir las piernas. No supe qué hacer, quería estar con ella pero no así. Traté de cortar la escena, antes de que empeorara. Quise llevarla a su casa pero no sabía dónde quedaba. Le pregunté, pero ella continuó insinuándose, me hablaba cerca de mi boca y tomó mi antebrazo, como para que no me fuera. En el fondo yo tampoco quería irme.

La dejé en la barra para ir al baño. Cuando volví la vi abrazada al tipo del lado, quien evidentemente se estaba aprovechando de ella. Tomé coraje para defender el honor de esta extraña y me acerqué y le expliqué a él que ella estaba conmigo, a lo que el tipo me dijo que eso era antes y que ahora estaba con él. Me lo dijo tan raspado como hablaba ella. Aunque me sentía responsable, esquivé la pelea, no quise enfrascarme en eso.

Me estaba yendo cuando lo pensé bien, me devolví y me atreví a hablar de nuevo, preferí que la decisión fuera de responsabilidad de ella. “Javiera, me tengo que ir, vienes conmigo?”, “Querido, me quedo con….cuál es tu nombre?” El contestó Matías. Ella me repitió pausadamente y con ojos desorbitados que se quedaba con él.

Me puse mi chaqueta y me fui.

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