La espera se hace infinita frente a lo que es inminente. Cuando sabes los plazos pero no el momento. Así que ahí estaba, esperando, tranquila, reposada.
De repente sentí el látigo desde mi coxis hasta el estómago, un pulso de energía y dolor que me abrazaba. Lo dejé pasar, total, solo era uno. Al rato vuelve como relámpago y me atraviesa, esta vez tomando toda la espalda. Me costaba caminar, no podía estar erguida. Se me puso el abdomen duro, y así se quedó.
A duras penas llegué a la calle y tomé un taxi. Le expliqué al taxista mi situación y se fue muy rápido. Tan rápido, que apenas podía sujetarme de las manillas, iba dando bote de lado en lado en la parte de atrás. Estoy con un total extraño. Debí haber salido antes? Debí haber llamado a alguien? Sentí mi vulnerabilidad. Mandé mensajes de texto a todos para que cualquiera reaccionara, me daba lo mismo quien, hasta que de un soplo llegamos.
No recuerdo bien cómo llegué al box, pero si que abrí mis piernas y las apoyé en las dos patas metálicas que salían por cada lado de la camilla, apreté con mis manos los pasamanos laterales, cuando sentí otra descarga. Me encorvé y quedé mirando al techo, con esa luz blanca, tan escéptica, tan quirúrgica.
La matrona introdujo su mano entre mis piernas, para medir la dilatación. Para acelerarlo todo, y sin un sentido, me abrió aun más. Rompió mi bolsa, me hice agua.
A ruegos le pedí que llamara al anestesista, que por supuesto no estaba, sentí miedo que pasara el umbral donde ya no se puede poner el catéter de la epidural. No aguantaba el dolor, que cada vez se hacía más insistente, golpeado mi puerta, puerta que me aterraba abrir.
Comencé a transpirar, no de calor, no de agitación, de miedo. La matrona se había ido a buscar al anestesista y yo seguía esperando que alguien atinara a mi favor. Me sentía sola frente a lo desconocido.
Volvió y me pidió que me parara y me trasladaron en una silla de ruedas de piedra a la sala de parto. De nuevo en la camilla, de piernas abiertas, expuesta a gente vestida de verde, sin cara, que me manipulaban llevándose mi pudor. Nadie me dijo que era así.
Siento la anestesia bajar desde la cintura a mis caderas, todo se volvió más calmo, con menos dolor.
Llega mi doctor, sin mascarilla, siendo el primer rostro amable que me sonríe. Me dice que esté tranquila que todo va a estar bien y que me va a dar instrucciones.
“Puja, puja”, yo con tanta anestesia pujaba de memoria, sin sentir, pero haciendo mi mayor esfuerzo. Al tercer puje salió Eloy. No lloró. Con movimientos rápidos y sin perder ni un segundo el doctor cortó el cordón umbilical. Sentí que mi miedo tenía razón y que esta era la consecuencia, lo inminente. Se lo llevaron. El silencio era absoluto.
Busco la mirada del doctor. “Le faltó oxigeno” me explicó. Pero cómo? No era que las guaguas nacían y se iban directo al regazo? Qué pasa con el apego? Dónde está Eloy? No lo veo, nadie habla, todos en sus cosas, hasta que alguien me ve descompuesta y me dice que está en una incubadora.
Pasó un rato indefinible y me lo trajeron, envuelto en una manta blanca, llorando por su mamá. Lo apoyo en mi regazo, lo veo y abrazo, lloro con el. Le hablé y de a poco bajó su voz, para abrir su boca y buscar mi pezón.
De repente me llega un chorrón de energía, me rodea un aura de amor infinito y estallo en lágrimas de nuevo. Me doy cuenta que esa energía no tiene barreras y se multiplica sucesivamente, no hay ecuación para entenderla, solo sucede.
Caí en cuenta de que de eso se trataba todo, de traer y dar luz.
Comments