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Rose Brancoli

El Vecino


Comenzamos a chatear en la aplicación de citas, rápidamente descubrimos que éramos vecinos y que estábamos a tres cuadras de distancia. Eso nos entusiasmó tanto que quisimos conocernos sin perder tiempo y aunque llovía ese día, fuimos a tomar un chocolate caliente a una pastelería del barrio. Yo encantada, claro, me pareció romántica toda la escena.

Nos encontramos ahí, él con un impermeable color chocolate, jeans oscuros ajustados y zapatos de cuero café con cordones rojos, las puntas mojadas.

Nos sentamos. Lo primero que hizo fue sacar de su bolso bandolero de cuero su libreta Moleskine verde oscuro, como si estuviese en una reunión y necesitara anotar algo. Después entendí, mientras hablábamos el dibujaba, con y sin sentido, sin parar. Por ratos se preocupó de no abstraerse tanto como para olvidar mi mirada. Tenía la cara con marcas, la pubertad había pasado por ahí dejando más de un dolor escondido. Había poca luz, pero un halo rodeaba uno de sus ojos, dejando ver su color miel. Se le asomaba un pequeño vestigio de guata, de copete pensé. De todas formas, ya con eso estuve lista, no necesitaba más y de hecho lo dejé de escuchar un rato para distraerme en sus ojos, sus movimientos, fijarme en la forma de sus piernas, cómo movía el pie al conversar, cómo hablaba con sus manos. Si lo analizaba por partes, lo hubiese dejado ir, pero en su conjunto me atraía por completo.

Me contó que vivía en el barrio hace un par de años, que trabajaba freelance desde su departamento y que sólo salía a reuniones o a trabajar en algún café, para no estar tan encerrado y distraerse de la cuarentena nacional. Quería montar su propia oficina de arquitectos, pero aun no tomaba suficiente vuelo. Me explicó que era muy difícil, que por mas que trabajaba no lograba avanzar. Me quedó la impresión por la forma que lo dijo y el brillo que le salió de los ojos al hablar del tema que podría lograrlo.

Terminamos el chocolate caliente, había dejado de llover y la calle estaba llena de posas, y nos fuimos saltándolas hasta llegar a mi departamento. Nunca dejo en la primera cita que me pasen a buscar o a dejar. Uno nunca sabe quién es el otro, puede ser un loco que vuelva a tu casa o cualquier sorpresa. Él me dio confianza inmediata, y bueno, éramos vecinos y me mostró donde vivía. Esperé que él diera el primer paso, pero no lo hizo y yo tampoco, no quedamos en nada. Yo no tenía apuro, hay que dejarse seducir.

Pasaron los días y no tuve novedades de él. Miré varias veces mi teléfono por si se me había pasado algún mensaje o llamada, pero no habían señales. Así que rompí otra de mis reglas: esperar a que te contacten después de la primera cita. Si está interesado, lo va a a hacer, si no, mejor déjalo pasar.

Me embarqué. No quería escribirle muy temprano y tampoco muy tarde, le mandé un Whatsapp a las 17:00 hrs., no lo leyó hasta el otro día.

Obviamente me pasé el rollo de que había salido con otra chica de la aplicación, tal vez más entretenida que yo. Hasta que apareció.

El chat fue normal, ¿cómo estás?, ¿cómo fue tu día?, ¿te tocó muy pesado en el trabajo?, cosas así. Y pasaron y pasaron las palabras y no me invitó a salir. Así que rompí nuevamente otra de mis reglas de oro y lo invité yo a salir. Nunca hay que tomar la iniciativa y invitar, menos a la segunda cita, por algo no me invitó el, pero no quise escuchar eso. A los hombres les gusta sentir que conquistan, son primitivos, los que salen a cazar son ellos, no nosotras. Acordamos juntarnos en el bar de la esquina a las 19:00 hrs., para el happy hour.

Me apresuré en hacer la reserva para descubrir que había que hacerla una semana antes. ¿una semana antes? No le dije nada para no romper el compromiso y también dejarlo al azar. A veces me pongo mística, a ver si el destino nos acompañaba. Y lo hizo. Ahí estaba él, sentado con toda su aura cool, jeans azul oscuro, chaqueta de cuero de corte perfecto y polera roja desgastada. Los mismos zapatos de la primera cita, son sus regalones pensé. Exhalaba feromonas.

Fuimos directo al grano y pedimos vodka tónica, sin rodeos. Caí en cuenta que no había comido nada y como no quería curarme pedí algo para picar, aun así no fue suficiente. Pasaron los vodkas hasta que se acabó el happy hour justo cuando se me pasó la capacidad para tomar mas. Pandemia, toque de queda, todos para la casa. Eran las 21:00 hrs. Habíamos pasado por todos los temas, no teníamos mas de qué hablar. Él siguió silente ante mis indirectas sensuales que pasaron a ser directas sexuales. ¿Este tipo no pensó en atinar? Está frente a la media mujer y no acusó recibo. Parecía que iba a tener que cambiar de piel por una de tigresa y salir a cazarlo.

Justo era martes y mis hijos estaban con su papá, mi departamento estaba despejado. Así que en un minuto de silencio, afuera del bar y justo previo a la despedida lo invité a mi casa a seguir tomando vodka. La verdad es que a esas alturas yo ya había perdido el pudor con tanto alcohol, y no tenía nada que perder, mas bien me pareció perfecto perderme un rato en sus brazos. Noté que con mi invitación se reanimó la conversa, el me pareció nervioso, no paró de hablar hasta estar sentado en mi living con el vaso en la mano. En un momento, se hizo ese silencio delator exquisito, ese que estaba esperando por tanto rato, en el que estás mirando al otro y respiras conscientemente el mismo aire, como si eso te diera intimidad, porque es evidente, inminente que estamos ahí para tener sexo.

Me acerqué a él, estaba en el sillón y me monté encima. Suave le di besos en el cuello, le respiré en la oreja, le solté mi aliento en su boca. Él solo tomó mi espalda y subió y bajó sus manos desde mis hombros hasta mis ancas, no bajó más, no tuvo otra dirección que no fuera esa. Volví a tomar la iniciativa, le saqué la polera, y masajeé sus pechos y esperé que que lo hiciera con los míos, pero no sucedió. De repente sentí su dureza debajo de mi sexo. Me tomó en brazos y mientras yo lo rodeaba con mis piernas me preguntó dónde estaba mi pieza. Sentí que por fin habíamos hecho un verdadero match.

Me tiró en la cama, se puso encima y me sacó la polera. Yo estaba con mi mejor juego de lencería al aire. Él se dio cuenta y me piropeó, me hizo sentir sexy. Los hombres no se fijan en esas cosas, solo quieren sacar rápido la ropa interior, pero él era sensible, otro punto a favor. Le desabroché su cinturón, de metal y cuero grueso, bien gastado, con mil historias. Me di cuenta lo grande que era su sexo y me sorprendió, no pude creer el mega tamaño, fuera de cualquier proporción normal. Él fue directo al grano, me sacó el calzón y se quedó quieto. Me miró fijamente y me preguntó si tenía preservativos. Obvio que sí, contesté y corrí a buscarlos para no terminar abruptamente con la inspiración. Cuando volví se lo pasé y me dijo que no le servían. ¿cómo? Eran los típicos lifestyle grises. A todos les sirven. Me contestó que usaba los de color verde que eran los extra large. Me hizo sentido. Le pregunté ¿cómo saliste sin preservativos? me contestó lo que yo no quería escuchar, “es que no pensé que terminaríamos en tu cama”. Bueno le digo, para la próxima.

Nos vestimos, nos sentamos en el living y a los cinco minutos -los más incomodos de la noche- me dijo que debía irse, porque tenía que trabajar temprano y se fue, no le importó el toque de queda. Yo herví de calentura después de conocer su secreto. Nada que hacer, la revelación estaba hecha, no quise que fuera debut y despedida.

Pasaron los días y no supe nada de él, no me escribió aunque lo venía en linea. ¿no le gusté?, ¿estará con otra? ¿qué le pasa a este tipo?. Arremetí de nuevo. Le escribí, esta vez me contestó de inmediato. Aunque somos adultos, y quedó el sexo pendiente, no quise hacerlo tan evidente, así que no lo invité a mi departamento, quedamos en el mismo bar, a la misma hora. Todo de nuevo. Estuve a punto de decirle que fuera preparado, pero evidentemente después del último performance debía atinar solo, es lo mínimo que uno espera después del chascarro.

Esta vez él estuvo más suelto, más seguro de sí mismo, tal vez por la hombría adquirida por la revelación de su secreto. No tenía la pose de arquitecto cool de antes. Se quedó pegado mirándome, como si me hubiera descubierto recién. Me sentí apreciada, bonita, atractiva, y mientras pasaban las copas me fui sintiendo mas en confianza conmigo misma y caí de nuevo en preguntarle si quería ir a mi departamento. Me dijo que sí. Partimos caminando y conversando a mil.

Esta vez fuimos directo a mi pieza, comenzamos calentando motores en el ascensor. Por supuesto se me olvidó que habían cámaras, pero en fin, no le hace mal al conserje tener un poco de distracción.

Comenzamos el ritual, nos sacamos la ropa mientras nos besábamos apasionadamente, parecíamos quinceañeros, como si nos hubieran dado recién permiso para tener sexo. Sacó de su billetera un preservativo de envase verde, son los extra large pensé, primera vez que los veía.

Entonces se puso el preservativo, y comenzó a entrar en mi despacio, conociendo sus dotes y cuidando de no hacerme daño. Pero algo funcionó mal, no logró entrar entero porque de un minuto a otro perdió parte de la erección, se puso medio lacio. Sumado a que mi vagina era muy chica y le había costado entrar. Me pasmé por la situación, lo que empeoró todo, porque perdí mi humedad. A medio vestir, nos fuimos al living a conversar, puse música y estuvimos hablando largo rato, como si hubiésemos tenido el mejor sexo de la vida.

No quise dejar el asunto ahí, convertí en desafío personal tener sexo con un hombre dotado por la mano de Dios. Quise darle otra oportunidad al destino. Había roto todas mis reglas de seducción con este tipo, pero aun así él me era un magneto, porque era guapo, simpático, chispeante, atractivo, cool y ahora dotado. ¿Qué más se podía pedir en el mundo de la aplicaciones de citas?

Volvimos a repetir toda la rutina, ya me parecía un poco latero, porque siempre yo buscándolo por chat para que nos viéramos y el cero iniciativa, pero siempre disponible, ¿qué señal es esa?.


Esa vez fue otro bar, no el de la esquina, el de dos esquinas más allá. Esa vez piscola Mal Paso, que era la promoción de los miércoles. Conversamos animadamente todo el rato, charla que se empezó a estirar más de lo que yo quería. Tenía que trabajar al otro día y ya eran las 20:45 hrs. y el toque de queda era a las 21:00 hrs. Le tiré que los niños estaban en mi departamento para que entendiera que el lugar lo ponía él, puro esperar a que me invitara. Y pasaron los minutos, y no me invitó a su departamento. Me dijo, “Sabes Rose, es tarde, me voy a dormir”. Me quedé en shock. ¿qué significaba eso? ¿se iba solo a su casa? ¿no me iba a invitar? ¿porque salió conmigo? Nunca lo sabré. Y así fue. Finalmente era un tipo con cero iniciativa, de esos que tienes que andar a tirones siempre, porque no llevan la delantera. Están disponibles pero no se la juegan. De emprendedor no tenía nada mas que palabras, jamás le podría ir bien a alguien que no empuja al mundo. Como era de esperarse, como no le escribí, no supe más de él.

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